pasabocas literario

un autor nuevo, un nuevo amigo:
AMALIA LU POSSO FIGUEROA


el gusto de leer se saborea con pasabocas, breve como todo pasabocas,  como el ejemplo servido:



"Yo nací y me crié en el Chocó, oliendo el marañón, comiendo bocachico y empapándome con el aguacero. Creciendo, al cuidado de mis nanas negras aprendí a disfrutar, a compartir, a amar la riqueza de las costumbres, de las tradiciones; del día que se fue con alegría y del que vendrá mañana y traerá más alegría.

Sentí el calor, el viento, el sudor, me bañé en los ríos; comí almirajó, bacao, caimito y borojó. Oí a mis nanas hablar sobre el ritmo, zigzaguear con el ritmo, 
bailar con el ritmo, amar y llorar por el ritmo. Y apropié ese ritmo, lo exprimí, lo estrujé a través de la memoria oral; del contacto físico siempre caliente, acompañado de la palabra cantada dentro del relato, acompañado del pie en el suelo para marcar el compás; del brazo en alto, y de la mano en la nalga, para permitir el coqueteo del cuerpo.

Estos recuerdos permiten que mis vivencias sean tan fuertes, y que hoy se escriban para dar a conocer la riqueza de la cultura chocoana mediante relatos; utilizando la narración para recrear, entre otras muchas cosas, las formas de hablar, de contar, de cantar, de bailar, de contonear, de mirar; rescatando algunas de las costumbres tradicionales en los nacimientos, las fiestas, los paseos, las comidas, la despedida de los muertos viejos y el gualí para los muertos niños; difundiendo el significado del vocabulario tradicionalmente usado por los negros en el Chocó; exaltando la sensualidad de su cultura con la utilización permanente del humor, que es procaz y sutil al mismo tiempo.

Escogí el cuento como técnica narrativa porque es un género corto, sintético y globalizante, que describe la vivencia como aventura. Para escribir estos cuentos, necesariamente he tenido que dejarme ir por el camino que marca el recuerdo, permitiendo que se desarrollen situaciones oníricas encontradas a través de la nostalgia. Hablo con palabras distintas, de sonoridad bamboleante, que acarician el oído y parecen danzar, por eso no utilizo glosario, quiero que todos los que se adentren en mis cuentos disfruten siguiendo el relato sin la preocupación necesaria de descifrar significados, permitiendo invitar a la imaginación y prepararse a soñar.
Nací y crecí en Quibdó, me mojó el aguacero, me abrazó el calor, el viento me levantó la falda empapada en sudor; el pacó y el manduro aromaron mi espacio, el borojó y el marañón pusieron sabor en mi lengua, el río Atrato llevó mis ojos a viajar, la chirimía con su música enseñó mi cuerpo a cimbrear, y mis nanas negras llenaron de fantasías las interminables tardes plenas de relatos bulliciosos, acariciándome, al mismo tiempo que borboritaban las palabras en zigzag. En ese momento no lo imaginaba, pero lo supe después: mis nanas negras me enseñaron a disfrutar al milímetro la riqueza del cuerpo, me metieron en el corrinche de gozar con todos los ritmos que tiene mi cuerpo". |
 AmaliaLú Posso Figueroa  Amalia Lu


Caperucita Roja contada por el lobo



un autor nuevo, un nuevo amigo:
TRIUNFO ANCINIEGAS


Triunfo Arciniegas es un  escritor colombiano, es autor de una amplia bibliografía dedicada a los niños y jóvenes lectores, que incluye títulos como La silla que perdió una pata y otras historias, El león que escribía cartas de amor, Caperucita Roja y otras historias perversas, Los casibandidos que casi roban el sol, Serafín es un diablo y Mambrú se fue a la guerra. Obtuvo el premio Enka, en 1989, con su novela para niños Las batallas de Rosalino, y el premio nacional Colcultura, en 1993, con La muchacha de Transilvania.                        



ESE DÍA ENCONTRÉ EN EL BOSQUE la flor más linda de mi vida. Yo, que siempre he sido de buenos sentimientos y terrible admirador de la belleza, no me creí digno de ella y busqué a alguien para ofrecérsela. Fui por aquí, fui por allá, hasta que tropecé con la niña que le decían Caperucita Roja. La conocía pero nunca había tenido la ocasión de acercarme. La había visto pasar hacia la escuela con sus compañeros desde finales de abril. Tan locos, tan traviesos, siempre en una nube de polvo, nunca se detuvieron a conversar conmigo, ni siquiera me hicieron un adiós con la mano. Qué niña más graciosa. Se dejaba caer las medias a los tobillos y una mariposa ataba su cola de caballo. Me quedaba oyendo su risa entre los árboles. Le escribí una carta y la encontré sin abrir días después, cubierta de polvo, en el mismo árbol y atravesada por el mismo alfiler. Una vez vi que le tiraba la cola a un perro para divertirse. En otra ocasión apedreaba los murciélagos del campanario. La última vez llevaba de la oreja un conejo gris que nadie volvió a ver.

Detuve la bicicleta y desmonté. La saludé con respeto y alegría. Ella hizo con el chicle un globo tan grande como el mundo, lo estalló con la uña y se lo comió todo. Me rasqué detrás de la oreja, pateé una piedrecita, respiré profundo, siempre con la flor escondida. Caperucita me miró de arriba abajo y respondió a mi saludo sin dejar de masticar.

–¿Qué se te ofrece? ¿Eres el lobo feroz?

Me quedé mudo. Sí era el lobo pero no feroz. Y sólo pretendía regalarle una flor recién cortada. Se la mostré de súbito, como por arte de magia. No esperaba que me aplaudiera como a los magos que sacan conejos del sombrero, pero tampoco ese gesto de fastidio. Titubeando, le dije:

–Quiero regalarte una flor, niña linda.

–¿Esa flor? No veo por qué.

–Está llena de belleza –dije, lleno de emoción.

–No veo la belleza –dijo Caperucita–. Es una flor como cualquier otra.
Sacó el chicle y lo estiró. Luego lo volvió una pelotita y lo regresó a la boca. Se fue sin despedirse. Me sentí herido, profundamente herido por su desprecio. Tanto, que se me soltaron las lágrimas. Subí a la bicicleta y le di alcance.

–Mira mi reguero de lágrimas.

–¿Te caíste? –dijo–. Corre a un hospital.

–No me caí.
                                                                                       
–Así parece porque no te veo las heridas.

–Las heridas están en mi corazón -dije.

–Eres un imbécil.

Escupió el chicle con la violencia de una bala.

Volvió a alejarse sin despedirse.

Sentí que el polvo era mi pecho, traspasado por la bala de chicle, y el río de la sangre se estiraba hasta alcanzar una niña que ya no se veía por ninguna parte. No tuve valor para subir a la bicicleta. Me quedé toda la tarde sentado en la pena. Sin darme cuenta, uno tras otro, le arranqué los pétalos a la flor. Me arrimé al campanario abandonado pero no encontré consuelo entre los murciélagos, que se alejaron al anochecer. Atrapé una pulga en mi barriga, la destripé con rabia y esparcí al viento los pedazos. Empujando la bicicleta, con el peso del desprecio en los huesos y el corazón más desmigajado que una hoja seca pisoteada por cien caballos, fui hasta el pueblo y me tomé unas cervezas. "Bonito disfraz", me dijeron unos borrachos, y quisieron probárselo. Esa noche había fuegos artificiales. Todos estaban de fiesta. Vi a Caperucita con sus padres debajo del samán del parque. Se comía un inmenso helado de chocolate y era descaradamente feliz. Me alejé como alma que lleva el diablo.

Volví a ver a Caperucita unos días después en el camino del bosque.

–¿Vas a la escuela? –le pregunté, y en seguida me di cuenta de que nadie asiste a clases con sandalias plateadas, blusa ombliguera y faldita de juguete.

–Estoy de vacaciones –dijo–. ¿O te parece que éste es el uniforme?

El viento vino de lejos y se anidó en su ombligo.

–¿Y qué llevas en el canasto?

–Un rico pastel para mi abuelita. ¿Quieres probar?

Casi me desmayo de la emoción. Caperucita me ofrecía su pastel. ¿Qué debía hacer? ¿Aceptar o decirle que acababa de almorzar? Si aceptaba pasaría por ansioso y maleducado: era un pastel para la abuela. Pero si rechazaba la invitación, heriría a Caperucita y jamás volvería a dirigirme la palabra. Me parecía tan amable, tan bella. Dije que sí.

–Corta un pedazo.

Me prestó su navaja y con gran cuidado aparté una tajada. La comí con delicadeza, con educación. Quería hacerle ver que tenía maneras refinadas, que no era un lobo cualquiera. El pastel no estaba muy sabroso, pero no se lo dije para no ofenderla. Tan pronto terminé sentí algo raro en el estómago, como una punzada que subía y se transformaba en ardor en el corazón.

–Es un experimento –dijo Caperucita–. Lo llevaba para probarlo con mi abuelita pero tú apareciste primero. Avísame si te mueres.

Y me dejó tirado en el camino, quejándome.

Así era ella, Caperucita Roja, tan bella y tan perversa. Casi no le perdono su travesura. Demoré mucho para perdonarla: tres días. Volví al camino del bosque y juro que se alegró de verme.

–La receta funciona –dijo–. Voy a venderla.

Y con toda generosidad me contó el secreto: polvo de huesos de murciélago y picos de golondrina. Y algunas hierbas cuyo nombre desconocía. Lo demás todo el mundo lo sabe: mantequilla, harina, huevos y azúcar en las debidas proporciones. Dijo también que la acompañara a casa de su abuelita porque necesitaba de mí un favor muy especial. Batí la cola todo el camino. El corazón me sonaba como una locomotora. Ante la extrañeza de Caperucita, expliqué que estaba en tratamiento para que me instalaran un silenciador. Corrimos. El sudor inundó su ombligo, redondito y profundo, la perfección del universo. Tan pronto llegamos a la casa y pulsó el timbre, me dijo:

–Cómete a la abuela.

Abrí tamaños ojos.

–Vamos, hazlo ahora que tienes la oportunidad.

No podía creerlo.

Le pregunté por qué.

–Es una abuela rica –explicó–. Y tengo afán de heredar.

No tuve otra salida. Todo el mundo sabe eso. Pero quiero que se sepa que lo hice por amor. Caperucita dijo que fue por hambre. La policía se lo creyó y anda detrás de mí para abrirme la barriga, sacarme a la abuela, llenarme de piedras y arrojarme al río, y que nunca se vuelva a saber de mí.

Quiero aclarar otros asuntos ahora que tengo su atención, señores.
Caperucita dijo que me pusiera las ropas de su abuela y lo hice sin pensar. No veía muy bien con esos anteojos. La niña me llevó de la mano al bosque para jugar y allí se me escapó y empezó a pedir auxilio. Por eso me vieron vestido de abuela. No quería comerme a Caperucita, como ella gritaba. Tampoco me gusta vestirme de mujer, mis debilidades no llegan hasta allá. Siempre estoy vestido de lobo.

Es su palabra contra la mía. ¿Y quién no le cree a Caperucita? Sólo soy el lobo de la historia.

Aparte de la policía, señores, nadie quiere saber de mí.

Ni siquiera Caperucita Roja. Ahora más que nunca soy el lobo del bosque, solitario y perdido, envenenado por la flor del desprecio. Nunca le conté a Caperucita la indigestión de una semana que me produjo su abuela. Nunca tendré otra oportunidad. Ahora es una niña muy rica, siempre va en moto o en auto, y es difícil alcanzarla en mi destartalada bicicleta. Es difícil, inútil y peligroso. El otro día dijo que si la seguía molestando haría conmigo un abrigo de piel de lobo y me enseñó el resplandor de la navaja. Me da miedo. La creo muy capaz de cumplir su promesa.

(*)   
 
Publicado por Caperucitas Cómplices en lunes, mayo 12, 2008
http://caperucitascomplices.blogspot.com/2008/05/caperucita-roja-triunfo-arciniegas.html


el poema de la semana:


Biografía para uso de los pájaros

Nací en el siglo de la defunción de la rosa
cuando el motor ya había ahuyentado a los ángeles.
Quito veía andar la última diligencia
y a su paso corrían en buen orden los árboles,
las cercas y las casas de las nuevas parroquias,
en el umbral del campo
donde las lentas vacas rumiaban el silencio
y el viento espoleaba sus ligeros caballos.

Mi madre, revestida de poniente,
guardó su juventud en una honda guitarra
y sólo algunas tardes la mostraba a sus hijos
envuelta entre la música, la luz y las palabras.
Yo amaba la hidrografía de la lluvia,
las amarillas pulgas del manzano
y los sapos que hacían sonar dos o tres veces
su gordo cascabel de palo.

Sin cesar maniobraba la gran vela del aire.
Era la cordillera un litoral del cielo.
La tempestad venía, y al batir del tambor
cargaban sus mojados regimientos;
mas, luego el sol con sus patrullas de oro
restauraba la paz agraria y transparente.
Yo veía a los hombres abrazar la cebada,
sumergirse en el cielo unos jinetes
y bajar a la costa olorosa de mangos
los vagones cargados de mugidores bueyes.

El valle estaba allá con sus haciendas
donde prendía el alba su reguero de gallos
y al oeste la tierra donde ondeaba la caña
de azúcar su pacífico banderín, y el cacao
guardaba en un estuche su fortuna secreta,
y ceñían, la piña su coraza de olor,
la banana desnuda su túnica de seda.

Todo ha pasado ya, en sucesivo oleaje,
como las vanas cifras de la espuma.
Los años van sin prisa enredando sus líquenes
y el recuerdo es apenas un nenúfar
que asoma entre dos aguas
su rostro de ahogado.
La guitarra es tan sólo ataúd de canciones
y se lamenta herido en la cabeza el gallo.
Han emigrado todos los ángeles terrestres,
hasta el ángel moreno del cacao.


Biografía para uso de los pájaros
                                                                                                                                                de Jorge Carrera Andrade



http://elgavieroperiodicoliterario.blogspot.com/ es una página literaria de un quijote, de hoy, anónimo con un corazón inmenso y que ama profundamente la educación y cree en esta disciplina como la ruta indicada y, además es uno de esos amigos que se siente orgulloso de contar con a amistad de uno... para este amigo que lee este blog con entusiasmo y dedicación, va este enlace de su sueño y su quijotada. Por él vuelvo al texto de Antonio Machado: 

                                               (En la Unión, ola del movimiento)
  



AL MAESTRO QUE SE VA

Como se fue el maestro
la luz de esta mañana
me dijo: van tres días
que mi hermano....no trabaja.
¿Murió?... Sólo sabemos
que se nos fue por una senda clara,
diciéndonos: Hacedme
un duelo de labores y esperanzas.
Sed buenos y nada más, sed lo que he sido
entre vosotros: alma.
Vivid, la vida sigue,
los muertos mueren y las sombras pasan,
llevan quien deja y viva el que ha vivido.
¡Yunques, sonad! ¡Enmudeced, campanas!
y hacia otra luz más pura
partió el hermano de la luz del alba,
del sol de los talleres,
El viejo alegre de la vida santa.
¡oh sí! llevad, amigos,
su cuerpo a la montaña,
a los azules montes
del ancho Guadarrama.
Allí hay barrancos hondos
de pinos verdes donde el viento canta.
su corazón reposa
bajo una encinta casta,
En tierra de tomillos, donde juegan
mariposas doradas...
allí el maestro un día
soñaba un nuevo florecer de España.
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ñapita de emiro
y un día escribiré el poema que le toque de nueño el corazón
a los educadores de este lado de la esperanza,
ese día contradeciré mi nombre. contrariaré mi historia
y cumpliré, por fin, la cita  ineludible.
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día del movimiento en la I.E.R. La Unión 2011

El verdugo
Cuenta la historia que había una vez un verdugo llamado Wang Lun, que vivía en el reino del segundo emperador de la dinastía Ming. Era famoso por su habilidad y rapidez al decapitar a sus víctimas, pero toda su vida había tenido una secreta aspiración jamás realizada todavía: cortar tan rápidamente el cuello de una persona que la cabeza quedara sobre el cuello, posada sobre él. Practicó y practicó y finalmente, en su año sesenta y seis, realizó su ambición.
Era un atareado día de ejecuciones y él despachaba cada hombre con graciosa velocidad; las cabezas rodaban en el polvo. Llegó el duodécimo hombre, empezó a subir el patíbulo y Wang Lun, con un golpe de su espada, lo decapitó con tal celeridad que la víctima continuó subiendo. Cuando llegó arriba, se dirigió airadamente al verdugo:
-¿Por qué prolongas mi agonía? -le preguntó-. ¡Habías sido tan misericordiosamente rápido con los otros!
Fue el gran momento de Wang Lun; había coronado el trabajo de toda su vida. En su rostro apareció una serena sonrisa; se volvió hacia su víctima y le dijo:
-Tenga la bondad de inclinar la cabeza, por favor.  


                                                                                                A. Koestler







Hombre / Jorge Debravo



Soy hombre , he nacido,
tengo piel y esperanza.
Yo exijo, por lo tanto,
que me dejen usarlas.
No soy dios: soy un hombre
(como decir un alga).
Pero exijo calor en mis raíces,
almuerzo en mis entrañas.                                                                 
No pido eternidades
llenas de estrellas blancas.
Pido ternura, cena,
silencio, pan, casa...

Soy hombre, es decir,
animal con palabras.
Y exijo, por lo tanto,
que me dejen usarlas



Nocturno sin patria / Jorge Debravo

Yo no quiero un cuchillo en manos de la patria.
Ni un cuchillo ni un rifle para nadie:
la tierra es para todos,
como el aire.

Me gustaría tener manos enormes,
violentas y salvajes,
para arrancar fronteras una a una
y dejar de frontera solo el aire.

Que nadie tenga tierra
como tiene traje:
que todos tengan tierra
como tienen el aire.

Cogería las guerras de la punta                                        
y no dejaría una en el paisaje
y abriría la tierra para todos
como si fuera el aire...

Que el aire no es de nadie, nadie, nadie...
Y todos tienen su parcela de aire.


Jorge Debravo es uno de esos poetas que uno imagina, uno de esos seres que van por ahí silenciosos, buscándose, hasta que un día les dice: "Bueno, ya, dijiste lo que venías a decir" y se los tercía la pelona aún muy jóvenes.
A continuación, sin permiso he copiado de Wikipedia al respecto del autor de NOSOTROS LOS HOMBRES ,

 



Jorge Debravo


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Anza Jaime con Dieguei 1983Jaime de sombreroJaime en OtraparteJaime en la Verbena del Cantadero

EL MAESTRO DE LOCURA /

 de Jaime Jaramillo Escobar


Y, hay que estar loco. Si no se está loco no se es nadie.

“Desde el momento en que uno deja de estar loco se vuelve tonto”, escribió Marcel Proust.

Pero, si se ha sabido enloquecer, se puede ser un gran poeta, o un artista.

Y, ser poeta es más que ser artista.

Ah, es necesario estar loco de verdad, no apenas medioloco,

Sino loco totalmente, así como uno al que le dicen: “¡Adiós, Napoleón!”.

Y él ni contesta, porque ya sabía que también era Napoleón. Y que, con sólo quererlo, podría

asimismo adoptar cualquier otro ser, pero es bonito para el loco que crean que él es

Napoleón.

¡Ah, Napoleón! ¡Napoleón sí que estaba loco!

Él solo enloqueció a medio mundo, porque, como se sabe, la locura es contagiosa.



En Barranquilla hay un joven que está loco, encadenado en un sótano, a nadie puede ver. Sólo

recibe a un amigo. Con él se muestra cariñoso, le lame las manos.

Porque la locura se da por falta de amor, la locura es falta de amor.

Y, el amor domestica, amansa, sujeta.

Poeta doméstico sería como una especie de pato lírico.

La libertad de ser uno mismo se ha refugiado en los manicomios.

Y el amor es para las damas, caballeros.

Hay otros que se adueñan de la Tierra. Dejadlos. La Tierra les pesará.

Todos sus “bienes”, y con ellos las gentes acumuladas a su alrededor, les pesarán sobre los

hombros,

Y fortalecerán sus hombros para un peso cada vez mayor,

Ellos, los lúcidos, dejadlos. Alguien tiene que cargar con Esto.

Al sol y al aire de los vientos el poeta ve pasar el mundo.

–Es el mundo que pasa. Que pase. Hagámonos a un lado para que pase. ¡Adiós, mundo!

“Es mejor que nos tomen por locos y no por santos”, decía San Francisco a sus compañeros.

El que se proponía establecer “una nueva locura” sobre la Tierra,

San Francisco de Asís, maestro de locura. Dijo también: “La locura es la sal que impide que

se pudra la sensatez”.

Aloysius Bertrand, a quien me complace citar, en “Gaspar de la Noche”:

“El loco propone al sabio cuestiones que éste no puede resolver”.

No son los sabios, sino los locos, los que le han dado el bote a este mundo.

Los sabios, tan cautelosos, conocen los peligros, pero el loco se arriesga.

El que lanzó la bomba, el que pisó la luna, no aspiraron al título de sabios, sino al de locos.

No sólo escribo desnudo, sino que tengo plumas en la cabeza, y cuido mis flechas, y estoy

orgullosísimo de ello.

Flechas para cazar y pescar. Si me atacáis con la Bomba, me defiendo con mis flechas.

Vuestro Dios, si realmente es un dios y no un fantoche confeccionado por vosotros mismos, os

dirá si es justo lo que hacéis.

No puedo sino atenerme a esa sentencia. Y éstas son mis flechas.

Con unos pocos hombres y unos pocos caballos, Francisco Pizarro conquistó el Perú.

Los nuevos invasores, con tácticas muy elaboradas y con mejores armas, ya nos están

mirando.

¡Preparemos nuestra locura!

EL MUNDO DE LAS MARAVILLAS

Jaime Jaramillo Escobar

En las riberas del río La Miel brotaban como maná los hongos alucinógenos, dispensadores

de la alegría y el éxtasis. Me produjeron fiebre y vómito.

En Barranquilla fumé una marihuana llamada “La puerta de oro”. Me dio la risueña y después

la pálida. Se me reventaron los oídos, padecí el sudor frío, me puse tembloroso, estuve grave.

Entonces tomé LSD y fue peor. Vi los colores que no pueden ser vistos. Escuché los sonidos

inaudibles. Toqué objetos que nunca han sido hechos. Sufro alucinaciones psicodélicas. Estoy

alucinado. Mi novia se llama Lucina.

Tomé sedantes, y encima de los sedantes tomé estimulantes. Tenía un amigo farmacéutico

que me dispensó su farmacia. Mi cuarto estaba lleno de drogas, todo el piso cubierto de

drogas, se caminaba sobre agujas. Pero ninguna droga pudo darme la belleza, la lozanía, la

majestad, el aroma, la magia de una simple rosa rosada en su rosal.

Con la coca me sentí ahogado por el aire; cientos de basucos no me hicieron ver ni sentir más

de lo que normalmente veo y siento. Tiempo perdido tratando de forzar la puerta que no existe.

Tomé todos los licores. Me produjeron sueño, pesadez de cabeza, expresión descontrolada.

Tabacos y cigarrillos los tuve en abundancia: de Egipto, de Cuba, de Turquía, del Amazonas.

No logré aficionarme al tabaco. Pensar un poco me trae mejores humos.

El hachís, el opio, el tíosulfato, la sienita de nefelina, la alunita,

la adormidera del Pireo, la picadura de insectos avispados, en nada de eso encontré más de

lo que siempre he tenido, sino menos.

Acudí a la magia negra, las artes mánticas, los esotéricos, los espiritistas, los hechiceros, los

rituales indígenas, el yagé. Ninguno de ellos pudo mostrarme nada más bello y más fresco y

más claro y más limpio que la simple agua que llovía por el tejado de mi casa.

Corrí desnudo por laberintos interminables en Bogotá, detrás del fluido imponderable y

elástico, en busca del estupefaciente, el narcótico, el fármaco, el éter sulfúrico, el óxido de

etilo, el láudano, el acónito, la morfina, la madreselva y el rapé,

el tabaquito de Honolulu, la caipirinha del duende, el ñaque, la burundanga, la amapolita de

Tulcán y la madre de todas las yerbas.

Me inscribí en cursos de yoga, de gimnasia sexual, terminé en un club de sadomasoquistas.

¿Qué faltaba? La coprofagia, la necrofilia. También teníamos nuestro club.

Estuve en la Cueva de Rolando con Torquato Tasso,

me junté con asesinos, con asaltantes de caminos, con gentes de puñal y pistola. Fui a parar a

la cárcel. Me fingí loco y me trasladaron al manicomio.

En el manicomio comí sapos, me pusieron una linda camisa de fuerza, me chuzaron con cien

inyecciones diarias. Mi mayor dificultad fue salir del manicomio. Me fingí cuerdo. No me creían.

En los manicomios está prohibido curar a los pacientes.

Me hice ayudante de camión, viajé a la costa para traer contrabando; esto fue con Lucho.

Aprendí el tráfico de drogas, me arrojé al mar desde una avioneta a baja altura.

Me persiguieron con balas, con tiburones teleguiados, con lanchas salvavidas. Me

persiguieron con jueces, con motocicletas, con ametralladoras.

Después todos en el mundo se convencieron de mi inocencia, simplemente porque les dije

con énfasis: “¡Carajo! ¡Yo soy inocente! ¿No lo estáis viendo?”.

El verbo “estáis” tiene siempre unos efectos tremendos.




Portada de Método fácil y rápido para ser poetaPortada Poemas de la ofensaPortada de Poemas de tierra calientePortada de Sombrero de ahogado


Puede decirse de Jaime que es un poeta de alto aliento, que lleva más de 25 años estuduiando y escribiendo en el taller de poesía de la Biblioteca Público Piloto de Medellín para América Latina

OJO PUES,

–“¡Somos esclavos! –gritan–. ¿Cómo quiere usted que leamos poemas?”

http://t.co/qJVI47p1 47 days ago · reply
Jorge Debravo
Nombre completoJorge Delio Bravo
Nacimiento31 de enero de 1938
Bandera de Costa Rica Turrialba, Costa Rica
Defunción4 de agosto de 1967
Bandera de Costa Rica San José, Costa Rica
OcupaciónEscritor
Educador
Político
NacionalidadCostarricense
Lengua de producción literariaEspañol                                                    
Lengua maternaEspañol
GéneroPoesía
MovimientosCírculo de poetas turrialbeños
Obras notablesNosotros los hombres, Guerrilleros
Nació el 31 de enero de 1938 en Guayabo de Turrialba en Cartago, Costa Rica, bajo el nombre de Jorge Delio Bravo. Creció en una familia de campesinos humildes, trabajando desde niño a medio tiempo para poder ayudar a su familia. Aún así desde muy temprana edad mostró mucho entusiasmo por el estudio.

Una anécdota popular cuenta que su madre le enseñó a escribir en hojas de plátano y que con sus propios ahorros se compró un diccionario. Sus estudios de primaria los realizó en la escuela de Santa Cruz, donde su maestra le ayudó a conseguir una beca de la Junta de Educación, así fue como terminó la primaria en la ciudad de Turrialba, cuando tenía ya 15 años (la edad normal son los 12 años).

Cursó la segunda enseñanza en el Instituto Clodomiro Picado. Circunstancias económicas lo obligaron a dejar los estudios y buscar trabajo en la Caja Costarricense del Seguro Social (C.C.S.S.), a los 17 años. Es por ese periodo que comienza a publicar en el periódico El Turrialbeño en compañía de varios jóvenes de su tierra (entre los que se contaba Laureano Albán y Marco Aguilar).

Tenía 21 años (1959) cuando se casó con Margarita Salazar. Ese mismo año fundó el Círculo de Poetas Turrialbeños. En 1960 y 1961 nacieron sus hijos Lucrecia y Raimundo, respectivamente. Ese año sus méritos como trabajador le permitieron ascender al puesto de inspector de la C.C.S.S., dicho puesto requirió que se mudara con su familia a San Isidro de El General, primeramente, después fue transladado al Valle Central (Heredia y San José), donde fundó el Círculo de Poetas Costarricenses.

Todas estas actividades literarias vinieron a refrescar la literatura costarricense, dando paso a lo que algunos llaman Periodo de Vanguardia Literaria. En 1965 termina, por fin, sus estudios de secundaria. Estudió periodismo por correspondencia y otros estudios de manera autodidacta. Leía constantemente sus libros favoritos de autores como Pablo Neruda, Vallejo, Amado Nervo, Miguel Hernández, Bécquer y Whitman.

Jorge Debravo murió a los 29 años, el 4 de agosto de 1967, cuando viajaba en su motocicleta por asuntos de trabajo. Se dice que fue un conductor ebrio quien lo atropelló. El 31 de enero, día del nacimiento de Jorge Debravo, fue decretado en Costa Rica como el Día Nacional de la Poesía.[1]

Hay una escuela en Hatillo 8 (en San José, Costa Rica) que lleva su nombre Centro Educativo Jorge De Bravo. Existe también un instituto educativo en Turrialba con su nombre: Centro Educativo Jorge Debravo, el cual cuenta con niveles de Maternal, Preescolar, Primaria y Secundaria. Su poesía fue usada en la música del rockero José Capmany el cual también murió en un accidente automovilístico.

Obra Literaria

Su origen humilde le permitía acercarse a los trabajadores fácilmente en su puesto de inspector. De ahí que la poesía de Jorge Debravo se distinguió por una gran preocupación social, con varios tópicos recurrentes como la pobreza, la marginación y el armamentismo en el mundo.
  • Milagro abierto, 1959
  • Vórtices (póstumo), 1959
  • Bestiecillas plásticas, 1960
  • Consejos para Cristo al comenzar el año, 1960
  • Madrigalejos y madrigaloides (inédito), 1960
  • Romancero Amargo (Inédito), 1960
  • Nueve poemas a un pobre Amor muy humano (inédito), 1960
  • Algunas Muertes y otras cosas recogidas en la tierra (inédito), 1961
  • El grito más humano (inédito), 1961
  • Devocionario del amor sexual, 1963
  • Letras en tinta negra (inédito), 1963
  • Poemas de Amor para leerlos en la noche (inédito), 1963
  • Aquí también se sufre (inédito), 1964
  • Poemas terrenales, 1964
  • Digo, 1965
  • Nosotros los hombres, 1966
  • Canciones cotidianas (póstumo), 1967
  • El canto absurdo (inédito), 1965
  • Tierra Nuestra (inédito), 1965
  • Canciones de Amor y Pan, (inédito), 1965
  • Los nuevos ojos (inédito) 1966-1967
  • Los Despiertos (póstumo), 1972
  • Guerrilleros (póstumo), 19


 Bibliografía